La Copa del Mundo de Fútbol comienza el 20 de noviembre en Qatar teñida de sangre trabajadora y, como todo lo que toca el capitalismo, corrompida de principio a fin.

La designación de este emirato árabe para albergar el evento ya estuvo salpicada por la corrupción. Miles de millones de recursos pertenecientes al pueblo qatarí, porque de ellos es la riqueza que se alberga en su subsuelo, pasaron a manos de las grandes corporaciones capitalistas que es en los que se han convertido los clubes de fútbol. Desde entonces la esponsorización de estas empresas es soportada por la especulación y el negocio del que solo se benefician las élites del país árabe.

Esta gran masa de capital también está sirviendo para blanquear unos regímenes medievales y autoritarios como son las monarquías del Golfo Pérsico. Regímenes que han traicionado a sus hermanos árabes de Palestina para colaborar con el régimen opresor de Israel y de las democracias burguesas occidentales que lo avalan.

Qatar es, además, un régimen opresor de los derechos básicos de las mujeres y de las personas pertenecientes a colectivos LGTBI. No cabe duda de que utilizarán el evento mundial para lavar la cara de un gobierno opresor para presentarse ante el mundo como adalides de la democracia y la integración.

El capitalismo ha convertido el deporte, una práctica humana digna y loable, en otra herramienta ideológica para alcanzar sus intereses, impregnándolo de un carácter competitivo acorde con su filosofía, en la que quien no gana es un fracasado. Esa competitividad se traslada a todas las esferas, también en el mundo del trabajo, que nos hace más individualistas y menos conscientes de que nuestra gran fuerza frente a la patronal es la fuerza de la colectividad.

Por otra parte, también fomenta los sentimientos más conservadores del nacionalismo enfrentando a aficiones, siendo origen de actos vandálicos y de violencia y albergando movimientos fascistas en su seno ligados a partidos políticos que añoran dictaduras sangrientas y escenarios bélicos que el sindicalismo clasista ha condenado siempre.

Un evento machista y misógino en el que el papel de la mujer se ve relegado a satisfacer las necesidades de visitantes ociosos y adinerados. O lo que es peor, a servir de plataforma para las grandes mafias del proxenetismo y la trata de mujeres que suelen acompañar este tipo de efemérides.

No podemos olvidar que la construcción de las megalómanas infraestructuras que albergarán la Copa del Mundo ha segado la vida de miles de trabajadores y trabajadoras que han tenido que sufrir jornadas interminables de trabajo, temperaturas sofocantes, salarios de miseria y condiciones de seguridad y salud inexistentes. Trabajadores y trabajadoras procedentes del continente africano y del sureste asiático que se han visto obligados a aceptar contratos esclavistas, conocido como el sistema de kafala, donde el empleador retenía su pasaporte e imponía sus condiciones laborales pudiendo ser encarcelados o deportados sin compensación si lo incumplían.

Todo lo que toca el capitalismo se corrompe y el sindicalismo clasista denunciamos este sistema depredador e inhumano que hasta en el ocio y el deporte trata de inculcar su filosofía de vida. No podemos ser cómplices de la sangre y la desgracia de millones de hermanos y hermanas de clase en aras del espectáculo que nos acompañará en las próximas semanas.

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